Blog / In spagnolo | 30 Marzo 2020

Mauro Leonardi – Via Crucis visto por algunos personajes del Evangelio

Per leggere la Via Crucis in Italiano clicca qui

Aquí las estaciones leídas por Giulio Base

Señor mío y Dios mío,
bajo la mirada amorosa de nuestra Madre,
nos disponemos a acompañarte
por el camino de dolor,
que fue precio de nuestro rescate.
Queremos sufrir todo lo que Tú sufriste
ofrecerte nuestro pobre corazón, contrito,
porque eres inocente y vas a morir por nosotros
que somos los únicos culpables.
Madre mía, Virgen dolorosa,
ayúdame a revivir aquellas horas amargas
que tu Hijo quiso pasar en la tierra,
para que nosotros, hechos de un puñado de lodo,
viviésemos al fin
in libertatem gloriæ filiorum Dei,
en la libertad y gloria de los hijos de Dios


I ESTACION
Jesús es condenado a muerte

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo

Del Evangelio según Mateo 27, 11-14.24-26
Mientras, Jesús fue presentado ante el procurador y el procurador le interrogó, diciendo: “¿Eres tú el rey de los Judíos?” Respondió Jesús: “Tú lo dices”. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondía nada. Entonces Pilatos le dijo: “¿No oyes lo que testifican contra ti?” Pero Jesús no respondía ni una palabra, lo que maravilló en gran manera al procurador. Pilatos, en vista de que no conseguía nada, e incluso que el tumulto crecía cada vez más, tomó agua y se lavó las manos delante del gentío, diciendo: “¡No soy responsable de esta sangre!¡Vosotros veréis!” Y entonces dejó libre a Barrabás y, después de haber hecho flagelar a Jesús, se lo entregó a los soldados para que lo crucificaran.

Visto desde la mirada de María Magdalena

Lo más terrible cuando quien ama sufre, no es el sufrimiento en sí mismo, sino el no estar con la persona amada.
No estar junto a ella.
¿Dónde estás?
¿Qué te están haciendo?
Durante un segundo te he visto fuera del Sanedrín, mientras te llevaban hasta Pilatos.
Después a Herodes.
Luego de nuevo a Pilatos.
Ahora te arrastran.
No puedes mantenerte en pie.
Me pareció que estabas atado.
Hay un gentío.
Ruido.
Gritos.
He comprendido que eras tú. Que estabas saliendo.
Porque he visto a María que se levantaba.
Hace horas que estamos aquí.
Sí, se había sentado un momento.
Basta seguir su mirada para saber dónde estás.
Y eso he hecho.
Y por eso te he visto.
Aquí estás.
Mi hombre amado.
Mi Jesús.
La corona, la clámide púrpura.
Púrpura y sangre.
Amor mío. Amor de tu madre.
Estás de pie porque ella te está mirando.
Su mirada te mantiene en pie, a ti y a mí.
Mi rey.
El rey de mi vida.
Quisiera ser ese manto.
En cambio, a veces he sido esa corona, esas espinas.
Perdóname.
Te quieren muerto, amor mío.
Judíos como tú y como yo.
Pero no los reconozco.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí

II ESTACION
Jesús es cargado con la cruz

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo

Del Evangelio según Juan 19, 12-16
Desde aquel momento Pilatos intentaba ponerlo en libertad. Pero los Judíos gritaron: “¡Si liberas a éste, no eres amigo del César! Porque quien se hace rey va contra el César”. Al oír estas palabras, Pilatos condujo fuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Litóstroto, en hebreo Gabbata. Era la Parasceve de la Pascua, hacia el mediodía. Pilatos dijo a los Judíos: “¡He aquí vuestro rey!” Pero ellos gritaron: “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!” Les dijo Pilatos: “¿Queréis que crucifique a vuestro rey?” Los jefes de los sacerdotes le respondieron: “No tenemos otro rey que el César”. Y entonces se lo entregó a ellos para que fuera crucificado.

Visto desde la mirada de Marta

Tomaré yo tu púrpura.
Como tomé tu manto aquel día en Betania.
La guardaré como guardé entonces aquel manto.
Estabas en mi casa y yo me agobiaba por tantas cosas.
Tenías razón.
Ahora me he parado. ¿Ves?
Ahora estoy aquí, inmóvil.
Tus vestidos están tan sucios…
Me gustaría poderme ocupar ahora de ti. Siempre.
Y en cambio ya no puedo.
Decías que me perdía la mejor parte.
Eres tú, amor mío, lo mejor de mi vida.
Eres mi vida.
Y ahora estás ahí, lejano.
Arrastrado, vencido.
Aquella tarde te serví comida y vino.
Hoy querría llevar esta cruz con que te han cargado.
Querría proteger tus hombros sangrantes.
Tú has cargado en tu corazón las alegrías de mi casa, de mi mesa.
Tú llevaste en tu corazón mis lágrimas por Lázaro.
Y las has enjugado.
Y has aumentado, hasta rebosar, cada una de mis alegrías.
Y ahora no puedo hacer otra cosa que estar aquí.
Con tu púrpura en la mano.
Con tu dolor en mi corazón.
Con tu cruz y tus hombros llagados en mis ojos.
Eres siempre tú.
Mi Jesús.
El que me da la alegría.
Quien me llena el corazón.
Tenías razón.
Es hermoso estar inmóvil delante de ti.
Para llenarme los ojos de ti.
Eres tú mi mejor parte.
Ahora lo he entendido, amor mío.
Podrán matarte, pero nadie te podrá ya arrancar de mí.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí

III ESTACION
Jesús cae por primera vez

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo

Del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Él ha sido cargado con nuestros sufrimientos,
Ha tomado como propios nuestros dolores
Y nosotros lo juzgábamos castigado,
Perseguido de Dios y humillado.
El ha sido traspasado por nuestras culpas
Molido por nuestra iniquidad.
El castigo por el que nos salvamos se ha abatido sobre él;
Y por sus llagas hemos sido curados.
Éramos como un rebaño desperdigado,
Cada uno seguía su camino;
El Señor hizo recaer sobre él
La iniquidad de todos nosotros.

Visto desde la mirada de Pedro

Amigo mío.
¿Cómo he podido no entender?
¿Cómo he podido no ver?
Y en cambio ahora ya entiendo.
Y en cambio ahora ya veo.
Te sigo desde siempre.
Soy Simón. Tu Pedro.
Ahora no puedes verme.
Estás caído en tierra.
Bajo la cruz.
La sangre y la tierra te ciegan.
Amigo mío.
Te he visto resplandeciente en el Tabor.
Y no he entendido.
Te he visto devolver la vista a los ciegos.
Y no he entendido.
Te he negado.
Y ahora que estás sucio, ensangrentado, magullado y abatido,
Ahora entiendo.
Ahora veo.
Esto es el amor
Éste es el amor.
Amigo mío.
Amor mío.
No me has parecido nunca más resplandeciente que ahora, en el polvo.
Tengo miedo.
Perdóname.
¿Qué puede significar todo esto?
Ahora entiendo que eres rey.
Un rey extraño.
Pero rey.
Mi rey.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

IV ESTACION
Jesús se encuentra con su madre

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Lucas 2, 34-35.51
Simeón lo bendijo y le dijo a María, su madre: “He aquí que él ha venido para caída y resurrección de muchos en Israel y como signo de contradicción -y a ti una espada te atravesará el alma- para que sean desvelados los pensamientos de muchos corazones”. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.

Visto desde la mirada de María la Madre

Amor mío.
Vida mía.
¿Qué es lo que te duele más?
¿Qué puedo hacer por ti, amor mío?
Apoya tu rostro en mí.
¿Puedes beber un poco?
Límpiate los ojos con mi velo, amor mío.
Estás cegado.
Si no te limpias un poco los ojos, vas a seguir tropezando y cayéndote.
Esta corona te ha penetrado en la carne, amor mío.
Me da miedo tocarla.
Me da miedo tocarte.
No quiero hacerte daño involuntariamente.
Apóyate en mí, amor mío.
Descansa un poco.
Amor mío.
¡Qué hermoso eres!
Mi rey. El rey de la casa.
Mi pequeño.
¿Qué puedo hacer por ti?
¿Qué puedo hacer?
No me dejarán estar mucho rato.
No te permitirán que descanses.
Yo estaré aquí, amor mío.
Sigo adelante contigo.
No te dejo.
Estoy.
Siempre.
Un paso tras otro, amor mío.
Conseguiremos dar un paso tras otro, amor mío.
Piensa en Nazaret.
Piensa en papá.
Piensa en la madera que trabajabas con papá.
Es como la madera de esta cruz.
La misma madera.
No estás solo.
Amor mío.
¡Si pudiera llevar este peso contigo!
¿Eras tú, amor mío, la espada que me debía atravesar?
Me traspasas de parte a parte.
Estás dentro de mí.
Lo has estado siempre.
Lo estás siempre.
Vete.
Continúa adelante o te golpearán aún más.
Un paso detrás de otro.
Estoy aquí.
Siempre.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

V ESTACION
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Marcos 15, 21-22
Obligaron a llevar la cruz a uno que pasaba por allí, un tal Simón de Cirene que venía del campo, padre de Alejandro y de Rufo. Condujeron a Jesús al lugar llamado Gólgota, que significa “Lugar de la calavera”.

Visto desde la mirada de Salome

Me conoces, Jesús mío.
Soy una que pide.
Soy una que quiere ganar.
Que quiere estar a la derecha y a la izquierda con mis hijos.
Soy una que, por un hijo, pediría la luna.
Haría lo imposible.
¿Te acuerdas?
Quería que mis hijos reinaran contigo.
Me hablaste de un cáliz que beber.
De un servicio que hacer.
De donar la vida.
No entendí.
Y ahora estoy aquí.
De nuevo frente a ti.
Y no puedo hablarte.
Sólo puedo callar.
No te pido nada.
Sólo quiero escucharte.
Escucharte con la mirada.
Querría que tú, ahora, te sentaras junto a mí.
Querría ser yo, ahora, quien te ofreciese de beber.
Querría ser yo, ahora, ese hombre de Cirene que lleva tu cruz.
Señor mío.
¿Es éste el cáliz preparado para mis hijos?
¿Es esto tu reino, tu cáliz, el último puesto del que hablabas, el dar la vida?
¡Qué rey tan extraño eres!
Pero es así.
Esto es servir.
Es amar.
Amar hasta el fondo del cáliz.
Amar hasta el final de la vida.
¡Cómo querría ahora servirte!
Saciar ahora tu sed.
Sostenerte ahora.
Querría darte mi vida como la hubiera dado por mis hijos.
Quiero que reines en mi vida.
Le pediré al Padre como tú me has enseñado.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

VI ESTACION
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del libro del profeta Isaías 53, 2-3
Creció como un retoño delante de él
Y como una raíz en tierra árida.
No tiene apariencia ni belleza
Que llame la atención de nuestra mirada,
Ni esplendor que nos pueda agradar.
Despreciado y desechado por los hombres,
Varón de dolores que conoce bien el sufrimiento,
Como uno ante quien se oculta el rostro,
Fue despreciado y no le tuvimos en ninguna estima.

Visto desde la mirada de Verónica, la viuda de Naím

No importa cuánto empujéis.
No me moveré.
No importa cuánto gritéis.
No me asustaré.
No importa que vayáis armados.
No podéis hacerme nada.
Quiero esperarlo aquí.
Quiero acercarme a él.
Quiero darle descanso.
Y cuando una mujer quiere algo…
Empujar.
Vociferar.
Amenazar.
No sirve de nada.
Porque no se parará.
¡Aquí está!
¡Llega!
¡Cómo lo han reducido! Dios mío…
¡Echaos a un lado!
¡No empujéis!
¡Dejadlo pasar!
¡Callaos!
¡No gritéis!
¡Lo aturdís!
¡Bajad las armas! ¿Es que no veis?
¿No veis cómo está inerme?
Aquí estoy, Jesús mío.
Déjate enjugar la frente. Tú, un día, alumbraste mi frente.
Déjate limpiar los ojos y la boca. Tú, un día, enjugaste mis lágrimas. Tú cambiaste mi llanto por una sonrisa.
Te quito la tierra, la mugre, la sangre. Tú, un día, me limpiaste la vida.
Soy yo.
En Naím me diste una nueva vida. La vida de mi hijo.
Aquí en Jerusalén te doy todo lo que tengo.
Un paño para tu rostro.
Eso es.
Así.
Deja que te limpie.
Ya está.
Ahora podéis empujarme, gritarme, golpearme.
Lo importante era que él tuviera un instante de paz.
Se lo debo todo.
Pero sólo puedo darle esto: un paño.
En él ha quedado ahora su olor.
Se lo daré a mi hijo para que recuerde siempre que el amor, la vida, perfuman.
Perfuman siempre.
Aunque sepan de tierra y de sangre y parezcan como muertos.
Gracias, Jesús Nazareno.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

VII ESTACION
Jesús cae por segunda vez

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Y él se ha cargado con nuestros sufrimientos,
Ha tomado consigo nuestros dolores
Y nosotros lo hemos juzgado como castigado,
Perseguido por Dios y humillado.
Ha sido atravesado por nuestras culpas,
Molido por nuestra iniquidad.
El castigo que nos trae la salvación se ha abatido contra él;
Por sus llagas hemos sido sanados.
Nosotros estábamos desperdigados como un rebaño,
Cada uno tomaba su propio camino;
El Señor hizo recaer sobre él
La iniquidad de todos nosotros.

Visto desde la mirada de la mujer Siro Fenicia

Estoy aquí.
Estoy en primera fila, delante de ti.
Si tú estás, yo vengo.
Si tú estás, no hay gentío que pueda pararme.
Si tú estás, yo me pongo a tus pies.
Como entonces, en aquella casa de Tiro.
Yo estaba en tierra.
Y ahora, aquí, lo estamos los dos.
Como entonces, en aquella casa de Tiro.
Yo estaba apesadumbrada por el dolor de mi hija endemoniada.
Y ahora, aquí, tú estás aplastado por el peso, por el dolor de esta cruz inmensa.
Como entonces, en aquella casa de Tiro.
Tú me hablaste de pan.
Yo te hablé de migajas. Y ahora, heme aquí saciada con aquellas migajas.
De nuevo a tu lado.
Como en aquella casa de Tiro sucedió un gran milagro.
Ahora, aquí, tú y yo haremos otro.
No sé cómo.
No sé cuándo.
Todo parece estar reducido a polvo.
Reducido a migajas.
Pero nos saciaremos.
Nos saciaremos tú y yo.
Porque son las migajas de tu pan.
Migajas de ti.
Y tú, Jesús mío, sacias siempre.
Levántate despacio, Jesús mío, pero levántate.
Te ruego ahora como entonces: levántate.
O te seguirán golpeando.
Yo voy delante.
Como hice entonces.
Te espero.
Espero la vida que tú me has dado, liberada, como entonces.
Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

VIII ESTACION
Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén.

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Lucas 23, 27-28.31
Lo seguía una gran multitud del pueblo y mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque vendrán días en los que se dirá ‘Bienaventuradas las estériles, los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han amamantado’. Entonces comenzarán a decirles a los montes: ‘¡Caed sobre nosotros!’ Y a las colinas: ‘¡Cubridnos!’ Porque si se trata así al leño verde, ¿qué le ocurrirá al leño seco?”

Visto desde la mirada de Nicodemo

Allí están.
Tantas.
Lo aman.
Lo buscan entre el gentío.
Lo protegen.
No tienen miedo.
Van hacia él.
En pleno día.
Ante los ojos de todos.
Yo no he sido capaz.
He esperado a la noche para acercarme a ti.
Tenía mucho que perder.
Soy uno de los jefes.
Y además he tenido miedo.
Es más, precisamente porque soy un jefe he tenido miedo.
Tenía mucho que perder.
Ellas no son nada.
No saben de nada.
No tienen nada que perder.
Sólo tienen miedo de perderte, Jesús de Nazaret. Su Jesús.
No se avergüenzan.
No tienen miedo.
¡Qué amor tan grande!
¡Qué fuerza tan grande!
Rabí, doctor, señor.
¿Qué tienen estas mujeres que yo, maestro de Israel, no tengo?
¿Es el Espíritu la fuerza que las anima?
¿Es ese viento del que me hablabas el que mueve sus cabellos, agita sus vestidos y da fuerza a sus corazones?
Yo veo polvo y sangre, cruz y dolor.
Y tengo miedo.
¿Qué ven ellas que yo no veo y que les hace no tener miedo?
Yo veo que vas a morir.
¡Ayúdame, Rabí, a ver y a creer en las cosas del cielo de que me hablabas!
Quiero ir con esas mujeres.
Quiero el mismo Espíritu que las anima.
Quiero nacer de sus vientres para tener la fuerza de su amor.
Quiero estar cerca de ti, como lo están ellas.
Porque quiero hacer como ellas, que donde está tu carne allí encuentran tu Espíritu.
Porque quiero sumergirme en la tierra contigo para subir al cielo contigo.
Hazme nacer de nuevo, Jesús. Nacer de lo alto, como me dijiste.
Preciosas y amadísimas mujeres, llevadme hasta vuestro Jesús.
Dadme a Jesús.
Donadme vuestro corazón para que lo acoja y renazca con él.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

IX ESTACION
Jesús cae por tercera vez

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del libro del profeta Isaías 53, 8-10
Con presión y sentencia injusta fue arrebatado;
¿Quién se aflige por sus descendientes?
Sí, fue eliminado de la tierra de los vivos,
Por culpa de mi pueblo fue conducido a la muerte.
Se le dio sepultura con los impíos
Su tumba fue con el rico,
Si bien no cometió violencia
Ni hubo engaño en su boca.
Pero el Señor ha preferido abatirlo con el dolor.
Cuando se ofrezca a sí mismo en sacrificio de reparación,
Vendrá una descendencia, vivirá largo tiempo,
Por medio de él se cumplirá la voluntad del Señor.

Visto desde la mirada de Juan

Jesús.
Quizá piensan que un muchacho no debería ver toda esta violencia.
Quizá piensan que, a la vista de lo mucho que nos amamos tú y yo, no debería ver todo esto.
Quizá piensan que ahora se me pasarán las ganas de seguirte, el deseo de ser como tú.
Pero yo no quiero ser como tú.
Yo quiero estar contigo.
Y si resulta que estás en el polvo, yo estoy contigo. En el polvo.
Estoy contigo como puedo.
Estoy cerca de tu madre.
Intento que la gente no la aplaste.
Que el dolor no la haga caer.
Que la violencia y los gritos no la trastornen.
Y luego, a veces, soy yo el que me vengo abajo y es ella la que me sostiene.
De nuevo caes.
La tercera vez.
¡He aprendido tanto de ti!
¡Que no habría suficientes libros para contarlo!
Y ahora, verte caer y verte levantarte y luego volver a caer y volverte a levantar, y pararte y a continuación seguir caminando.
Me ha enseñado más que cada milagro, más que cada parábola.
Sólo soy un muchacho que no sabe más que callar o hacer preguntas.
Y a pesar de eso me has tenido junto a ti, junto a los otros hombres.
Y me has mostrado todo sobre ti.
Todo: la gloria y, ahora, el polvo.
Los milagros y, ahora, la deshonra.
Curaciones y resurrecciones y, ahora, la tortura y la muerte.
No me has escondido nada sobre ti.
Ahora estás aquí, abatido por tercera vez, y yo no quiero nada más que estar aquí, en el polvo, contigo. Junto a tu madre.
Pedro quería permanecer en el Tabor.
Yo querría poner aquí una tienda.
En el polvo, contigo.
Porque he apoyado la cabeza sobre tu pecho y sé lo que ahora quiero.
Quiero ser un hombre con un corazón como el tuyo.
Quiero vivir apoyado en tu pecho.
En la gloria y en el polvo.
Donde tú estés.
Yo también estoy.
Aunque sólo sea un muchacho.
Yo reconozco el amor porque he conocido el sonido de su latido.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

X ESTACION
Despojan a Jesús de sus vestiduras

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Mateo 27, 33-34 y según Juan 19, 23-24
Llegados al lugar llamado Gólgota, que significa “Lugar de la calavera”, le dieron a beber vino mezclado con hiel. Él lo probó, pero no quiso beberlo. Luego los soldados, cuando hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron cuatro partes -una para cada uno de ellos- y la túnica. Pero aquella túnica no tenía costuras, estaba hecha de una sola pieza, de arriba abajo. Por eso se dijeron entre sí: “No la partamos, echémosla a suerte para ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura que dice: “Se han repartido mis vestiduras y sobre mi túnica han echado suertes”.

Visto desde la mirada del Centurión

Yo antes te golpeé con el látigo.
Y no he sentido ningún escrúpulo.
Y yo antes te clavé en la cabeza aquel engendro hecho de espinas.
Y no tuve ningún problema en hacerlo.
Y antes te he pateado cada vez que caías por tierra.
Y no me lo ha impedido nada.
Es más, el camino se me ha hecho corto.
Habría seguido golpeándote, insultándote, torturándote.
No eres nada para mí.
Tengo órdenes.
Y las sigo.
Hace calor.
Tengo prisa por volver al campamento.
Pero ahora ya hemos llegado.
No sé ni porqué ni cómo, pero todavía estás vivo.
Eres un hombre fuerte, es verdad.
Habrías sido un buen soldado romano.
Te hemos torturado por tu bien.
Es un milagro que todavía continúes en pie.
Quizá el que todavía estés vivo sea uno de esos milagros que dicen que haces. El último milagro que harás.
Y aún sigues en pie.
Delante de mí.
Reducido a un amasijo de sangre, heridas y barro.
Somos de la misma altura.
Sí, habrías sido un buen soldado.
Y un buen compañero de armas.
Hay honestidad en tu mirada amoratada.
Hay valor en tus hombros llagados, pero erguidos.
No he tenido escrúpulo o problema alguno ni he sido remiso para torturarte.
Pero ahora aquí, delante de ti.
El desarmado parezco ser yo.
No soy capaz de tocarte.
Debo desnudarte, pero no me atrevo a tocarte.
Se me doblan las rodillas.
¿Quién eres tú?
Desnudo sobre la cruz.
¿Qué me está pasando?
He utilizado las manos para flagelarte.
¿Y ahora no logro desnudarte?
Te he puesto esas espinas en la cabeza.
¿Y ahora no soy capaz de tocarte?
He usado los pies para darte patadas.
¿Y ahora no puedo ni dar un paso? ¿No soy capaz de acercarme a ti?
Se me doblan las rodillas.
Y no es el cansancio, ni el calor.
Es tu mirada.
Tienes un ojo amoratado y cerrado y el otro hinchado que no sé ni cómo puedes mirarme.
Y yo nunca he sentido algo así en toda mi vida.
He viajado por todo el mundo y he visto tantos paisajes, he conquistado tantos territorios y tantas riquezas.
Y sin embargo nunca he sentido lo que ahora estoy sintiendo.
No he contemplado nunca lo que contemplo ahora, en ti.
¿Quién eres tú?
Veo hermosura en un hombre que no tiene belleza.
¡Veo tanta riqueza en un hombre que no tiene nada!
¡Que nadie se acerque!
¡No lo toquéis!
Lo hago yo. Yo le quito la túnica.
Eso es. Apóyate.
¡Qué te he hecho! ¡Cómo te he rebajado!
Apóyate.
Eso es.
Quédate pegado a mí.
Yo te cubro.
¿Pero quién eres tú?

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XI ESTACION
Jesús es clavado en la cruz

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Marcos 15, 25-27
Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. La tablilla con el motivo de su condena decía: “El rey de los Judíos”. Con él crucificaron también a dos ladrones, uno a la derecha y el otro a la izquierda.

Visto desde la mirada de Cleofás

Ya estoy preparado.
Tengo la bolsa llena.
Ya me he atado el cinturón.
Las sandalias también están bien sujetas.
El manto sobre los hombros.
El bastón en la mano.
Ya estoy preparado.
Dispuesto para marcharme.
Vuelvo a casa.
Tú estás preparado para morir.
Y sin embargo, no entiendo cómo estás todavía vivo.
Te están clavando.
¡Ese ruido!
¡Ese golpeteo!
Me paraliza.
Como si a mí también me clavaran a la tierra. No consigo moverme de aquí.
Pero yo quiero marcharme.
Estoy ya preparado.
Todo está dispuesto.
Aprieto el bastón hasta hacerme daño.
Es más, quiero romper todo como hiciste tú en el templo.
Tú eres mi profeta.
Y te están matando.
Tendrías derecho a darles palos a todos.
Pero no quieres.
Sólo has amado.
Sólo has dado la vida.
Cada uno de los días de tu vida.
Y yo en cambio, ahora, siento odio y tengo ganas de matar.
De dar palos.
Tú callas.
Y yo, en cambio, querría gritar.
Dijiste que habías venido a traer la espada.
¿Dónde está?
¿Dónde está esa espada?
Sólo tengo un bastón contra todos estos soldados.
Dijiste que habías venido para traer la guerra, para dividir.
¿Dónde está esa guerra?
Aquí sólo hay una víctima.
Tú.
Y eres inocente.
¿Dónde están los frutos del amor, de los milagros, de la palabra de Dios?
¿Dónde están?
¿Dónde está la gente que decía Hosanna?
¿Dónde está?
¿Quién eres?
Yo sé quién eres.
Pero no entiendo absolutamente nada.
Hablabas de la vid y del sarmiento.
¿Por qué te han cortado a ti?
¿Y por qué yo siento que me seco?
Me voy.
Perdóname. Perdóname.
Me voy a Emaús.
Vuelvo a casa.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XII ESTACION
Jesús muere en la cruz.

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Mateo 27, 45-50.54
A mediodía se oscureció toda la tierra, hasta las tres de la tarde. Hacia esa hora, Jesús gritó con voz fuerte: “¿Elí, Elí, lemá sabactani?”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Al oír esto, alguno de los presentes decía: “Éste llama a Elías”. Y enseguida uno de ellos corrió a coger una esponja, la empapó en vinagre, la sujetó a una caña y se la dio a beber. Los otros decían: “¡Déjalo! ¡Veamos si viene Elías a salvarlo!” Pero Jesús gritó de nuevo con fuerte voz y entregó el espíritu. El centurión y los que estaban con él haciendo la guardia, a la vista del terremoto y de lo que sucedía, se llenaron de un gran temor y decían: “¡Verdaderamente éste era Hijo de Dios!”

Visto desde la mirada de Anás y Caifás

Los gritos llegan hasta nosotros.
Ahora todo calla.
Esa plebe gritona.
Ahora todos se callan.
Basta de confusión.
Basta de este delirio colectivo.
¿Pero cuánto han tardado en crucificarlo?
Ya está. Por fin un poco de silencio.
Ha muerto.
Está hecho.
Es la ley.
Blasfemaba.
Un profeta extraño.
Sin palabras.
Sin defenderse.
Como una oveja llevada al matadero.
Un rey extraño.
Sin ejército alguno para defenderlo.
Un hombre extraño.
Dócil y humilde como una mujer.
Y luego, de repente, con palabras fuertes, acreditadas, como ningún otro hombre sabe hacer, sabe ser.
Un sanador extraño.
Hacía milagros a los demás.
Y ha muerto así, sin ninguna intervención divina.
Un extraño salvador.
Predicaba el amor.
Decía que había que ofrecer la otra mejilla.
Y ha muerto de esta manera.
Sin reaccionar en ningún momento.
¿Y dónde estaban, dónde están, sus amigos a los que quería tanto?
Está solo.
Ha muerto solo.
Un pequeño grupo de mujeres llora por él.
Has hablado poco durante el juicio.
No respondías a las preguntas.
Pero tus signos hablaban por ti.
Demasiados signos.
El pueblo estaba de tu lado.
Creabas desorden.
Entraste en Jerusalén como un rey. Te gritaban Hosanna.
Demasiado peligroso.
De haber continuado, habrías hecho que nos mataran a todos.
Teníamos que pararte.
Te has buscado tu condena.
¡Blasfemo!
No respetabas el sábado.
¿Qué debíamos haber hecho?
Intranquilizabas a todos.
Somos los sumos sacerdotes, los jefes.
Teníamos que velar.
Custodiar.
Castigar.
Ahora estás muerto.
Interrogaremos a los tuyos.
Pero el peligro ya ha pasado.
Tú has pasado.
Seguimos adelante.
Restablecemos el orden.
Restablecemos el poder.
Por fin hay silencio.
Estás muerto.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XIII ESTACION
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su madre

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Juan 19, 38-40
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero en oculto por temor a los Judíos, le pidió a Pilatos llevarse el cuerpo de Jesús. Pilatos se lo concedió. Entonces fue y tomó el cuerpo de Jesús. Nicodemo -el que antes había buscado a Jesús en la noche- fue también y llevó unos treinta kilos de una mezcla de mirra y aloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, junto con los aromas, como suelen hacer los Judíos cuando preparan un entierro.

Visto desde la mirada de Nicodemo

Soy un hombre rico.
Un hombre poderoso.
A veces es cómodo serlo.
Jesús, mi maestro.
Mi señor.
Cuando vivías, me he valido de la noche para esconderme.
Para esconder mi cobardía y venir donde tú estabas.
Ahora que has muerto, usaré la noche para manifestarme.
Para dar a conocer mi lealtad, mi amor por ti.
Ahora te dejo aquí.
He visto tu muerte.
En la inmundicia.
En la sangre.
En la desnudez.
En el desprecio.
Ahora te dejo aquí.
Corro a casa de Pilatos.
Me dará el permiso.
Te cojo.
Te saco los clavos.
Te bajo.
Te entrego a ella.
Te limpiará.
Te quitará toda esa suciedad y sangre.
Te cubrirá con paños limpios.
Te cubriremos con un sudario de amor y dulzura.
Eso es, baja, pegado a mí.
Ahora te cedo a los otros hombres.
Espera.
Te descuelgo de la cruz.
Sé que estás muerto y no me oyes.
Pero sé que el amor que me diste aquella noche que te busqué, está todo aquí.
Entre nosotros.
Sé que aquella verdad de la que estaba cerca aquella noche, está toda aquí.
Escondida bajo tus heridas y tu sangre.
Ya está. Ahora te doy a tu madre.
Te desciendo desde lo alto de la cruz hasta la tierra, en su vientre y entre sus brazos.
Como hizo el ángel desde lo alto del cielo hasta su vientre, hace 33 años.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XIV ESTACION
Jesús es depositado en el sepulcro

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
R. Que por santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio según Juan 19, 41-42 y según Lucas 23, 55-56
En el lugar donde habían crucificado a Jesús había un jardín y, en él, un sepulcro nuevo, que aún no había sido utilizado. Allí, puesto que era el día de la Parasceve de los Judíos, y ya que el sepulcro estaba cerca, depositaron a Jesús. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea siguieron a Jesús; observaron bien la tumba y cómo habían depositado a Jesús y se volvieron y prepararon aromas y aceites perfumados. El sábado cumplieron el reposo, como estaba prescrito.

Visto desde la mirada de Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes

Ahora ya estás limpio.
Ungido.
Perfumado.
Envuelto en vendas.
En el sepulcro.
Como un recién nacido.
En la cuna.
Ungido.
Perfumado.
Lavado.
Envuelto en vendas.
¡Qué pensamientos tan extraños me vienen!
Un recién nacido y un muerto no pueden ser iguales.
Uno acaba de nacer.
El otro acaba de terminar su vida.
¡Resucitaré!, has dicho.
Al tercer día, has dicho.
Este es sólo el primero.
Y es larguísimo.
Y dolorosísimo.
Cuando estuve enferma.
Cuando sufría.
Tú me curaste, me liberaste, me salvaste.
¿Y ahora? ¿Quién lo hará?
Siempre tú.
Sólo tú.
Hay un único modo de vivir: no despegarse jamás de ti. Jamás.
He exigido el sudario más precioso.
Los mejores ungüentos.
Tú eres mi rey.
Te he conocido tarde.
Te amé en ese momento.
Todos mis bienes son para ti.
Toda mi fuerza es para ti.
Todos mis pensamientos son para ti.
Toda yo soy para ti.
¡Esperad!
¡No cerréis!
Una última cosa.
Debo decirle una última cosa.
Amor mío.
Sé que me oyes.
Escucha.
No has cometido ningún pecado.
No has ofendido jamás a Dios.
Tus palabras me han liberado.
Tus caricias me han cuidado.
Tus labios, tu saliva, me han dado vida.
He amado con el amor que tú me has dado.
He acariciado con la piel que tú me has dado.
He vivido la vida que tú me has dado.
Me haría encerrar aquí contigo.
Te dejo mis cosas, mis bienes.
Espero.
Espero.
Espero siempre.
Siempre he respondido “Aquí estoy” a cada llamada tuya.
Y ahora no cambia nada.
Yo estoy siempre dispuesta.
Aquí estoy.
Ahora ya podéis cerrar.
Gracias.

Padre Nuestro, Ave María
V. Señor, pequé
R. Ten piedad y misericordia de mí.